«Sumo sacerdote humilde y sufriente»


Hoy amigos, leemos en la segunda lectura que Jesucristo es el sumo sacerdote. Pero, ¿qué era un sumo sacerdote en el A.T.? El Sumo sacerdote era el jefe de todos los sacerdotes de Israel designado cada año en la época del segundo templo –o sea la época de Jesús – como encargado del templo de Jerusalén básicamente, que ofrecía las victimas prescriptas en la ley a Dios a favor de su pueblo. Por supuesto, el puesto daba mucho prestigio por lo que fueron interviniendo las autoridades del Estado en su designación.

Jesús es comparado en la carta a los Hebreos y se dice de él que es el Sumo Sacerdote que se compadece de nuestras debilidades Y, ¿por qué? Porque fue probado en todo como nosotros…Eso quiere decir que: aprendió lo que es el sufrimiento, el dolor, en su propio cuerpo que tomó de las entrañas purísimas de María.

En efecto, la primera lectura nos dice que: “Mi siervo justificará a muchos, porque cargo con los crímenes de ellos” (Is 53, 11). Porque fuimos salvados por la sangre preciosa de nuestro Señor Jesucristo. ¿Se dan cuenta del valor que tiene cada uno de nosotros? Valemos mucho, mucho, mucho… “Porque tanto amo Dios al mundo que entregó a su propio Hijo” (Jn 13, 1). Y, ¿por qué hizo semejante cosa por nosotros nuestro Padre Dios? Por amor como dice San Juan en su Evangelio. Sólo porque nos ama de manera infinita. Esa es la respuesta.

Pero, ¿esta respuesta es suficiente? Sí. Y les digo por qué…



Porque Jesucristo nuestro Señor nos creo a su imagen y semejanza por eso nos ama. Porque ve en cada uno de manera particular su imagen, su bondad, su liberalidad. Pues, en efecto, cada uno de nosotros compartimos de Dios o participamos de Dios en su inteligencia, su amor, su libertad. Y esa fue la gran envidia que Satanás nos tuvo y nos tiene.

¿Y en que se basa todo eso padre? Me dirán. En el testimonio de las Escrituras, de la tradición y de los Santos innumerables que a lo largo de los siglos seducidos por el amor de Cristo dieron todo de sí y algunos hasta derramar su sangre. En eso y en otros argumentos más complejos se basa.

Dios quiere y nos quiere a cada uno en particular y quiere nuestra unidad en la Iglesia: “que todos sean uno” pero respetando la diversidad, la alteridad. Por eso es inconcebible entre nosotros los cristianos la división, la discordia y las peleas por ser diferentes. Cada uno es lo que es por gracia de Dios y lo debemos aceptar así por amor: “ámense los unos a los otros como yo os he amado” esa es la medida sin egoísmos, sin envidias, sin rivalidades, sin apariencias.  Quien quiera ser el primero, que se haga el servidor de todos”. Todo esto, bajo la custodia del Sumo y Eterno Sacerdote: Jesucristo.




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