Dime la verdad amigo, con sinceridad: No te gusta
sufrir ¿verdad? No, evidente, a nadie le gusta sufrir; en el mejor de los casos
vamos a sublimar nuestros sufrimientos a semejanza de Cristo. A imitarlo como
podamos o en lo que podamos. De allí el famoso y tan antiguo tratado: “Imitación de Cristo”. En efecto, en el principio no fuimos hechos
para sufrir. Seamos realistas. Fuimos creados para el Edén, el paraíso perdido.
La maldita serpiente, la maldita caída en la tentación y el maldito pecado
fueron los causantes de todos nuestros males (Cfr. Gn 3, 1-7).
1. Ahora bien, el hombre en su totalidad se volvió
malo después del pecado original, una muestra de ello lo vemos hoy en el libro
de la sabiduría, que dice que los malvados siempre hacen planes para eliminar
al justo y al que les molesta por cualquier acción que realizan (Cfr. Sab 2,12).
¡Y cuánta razón tiene! Envidia, avaricia, deseo de ser más que los otros, etc.
(vean la lista de pecados de San Pablo). “Malo se nace, justo se hace” y no al
revés como pretende engañarnos el naturalismo moderno.
Por eso, es precisamente “el hijo del hombre” (Cfr. Dn 7, 13-14) el que vino a liberar a la
entera humanidad de la esclavitud de la muerte, del pecado y de la serpiente
antigua.
2. Y nosotros, los cristianos del siglo XXI: ¿de qué
discutimos en el camino? (Cfr. Mc 9,33) O para que se entienda mejor: ¿cuáles
con los problemas y preocupaciones que nos ocupan el día?
-como ganar más plata,
-como trabajar menos,
-como va mi deporte favorito,
-como salió River, Boca, Real Madrid, Cristiano,
Mesi,
-que mal va la economía del país,
-que corrupto que son los políticos,
-que le pasó a mi vecino o vecina,
-y de paso, que buena está mi vecina,
-etc. Siempre las mismas cosas…Pero de llevar la
cruz nada… ¿por qué? Porque la cruz ya está en nosotros, la llevamos tácitamente
en la vida, nos guste y estemos de acuerdo con ella o no. ¡Vivir ya es sufrir!
Pensar que te tienes que morir ¿dime si no es suficiente tormento? Por
supuesto, con la fe en Cristo este inmenso dolor se vuelve pequeño, se suaviza.
Lo triste es ver que no se sebe sufrir y no se aprende a sufrir. Todos tenemos
la ilusión de querer parar de sufrir y eso es imposible.
3. Y El niño que tomó en sus brazos (Cfr. Mc 9, 36) era
signo de la humildad y sencillez ingenua, de los débiles y de los indefensos;
de los que sufrimos, es decir, de todos nosotros, la entera humanidad.
Pues Jesucristo y Dios mismo se identifica piel con
piel con el que sufre: “el que acoge a un
niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge
a mí, sino al que me ha enviado” (Mc 9, 37). Y amortigua con su sufrimiento
libre y voluntario nuestros dolores y achaques.
“El hijo del
hombre va a hacer entregado en mano de los hombres y lo matarán; y después de
muerto, a los tres días resucitará” (Mc 9, 31). También nosotros, no lo
olvides y no hagas ni vivas la vida como que no escuchaste esto. Por favor.
¡Ave María Purísima!
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