Buenos días hermanos, quiero
compartir con ustedes una vez más lo más relevante de lo leído y lo entendido
por mí en la semana con relación a las lecturas que nos propone la liturgia de
este domingo.
El tema común sigue siendo el
mismo de la semana pasada: la fe pura sin apariencias. Y ahora se agrega el
tema de la discriminación. Hasta se nos muestra un caso ejemplificado que es
sumamente claro de cómo debemos obrar los creyentes en nuestras asambleas (cfr.
St 2, 1-5).
En efecto, el apóstol Santiago
nos trae un ejemplo suficientemente entendible ¡cómo para justificarnos de no entender lo
que quiere decirnos con él! De donde deducimos que si queremos continuar
viviendo con los criterios del mundo (poder, gloria, reputación) necesariamente
desfalleceremos en nuestra fe y se apagará nuestro amor. ¿Quieres ser fiel a
Cristo y a su iglesia? No discrimines a nadie. Rico, pobre; moreno, blanco o
amarillo; joven, anciano; Casado, divorciado; Transexual, homosexual… todos son
hijos de Dios, todos son objetos del perdón y de la misericordia de Dios.
¡Todos! ¿Quién soy yo para apartar del camino del amor de Dios a quien sea por
su condición social, por sus opciones?,
“el que esté sin pecado que arroje la primera piedra” (Jn 8, 7).
Y en esta misma línea comenzó
Jesús a educarnos cuando curó de modo inusual al sordo medio mudo en tierra
extranjera. ¡En tierra extranjera! Todo un escándalo para la época entre su
gente. Y ni hablar de la forma impura en la que lo curó (con su propia saliva
le tocó la lengua. Cfr. Mc 7, 33)…Por lo que, después de hacer este
extraordinario milagro ahora sí el Evangelio ya puede ser proclamado en tierra
pagana, e incluso ser propagada la buena noticia por paganos conversos…Apertura, por tanto, a los paganos. ¡Apertura hacia nosotros!
Si el Maestro dio salud al
extranjero cuánto más nosotros debemos ayudarlos y hacerle el bien en vez de
darles miradas extrañas, hablarles de mala gana, y a veces, tratarlos de ignorantes,
bárbaros y con maldad. No queremos detenernos en su dolor y con frecuencia en
su desesperación. Y nos decimos cristianos, ¡católicos!
Que María Santísima nos
conceda a todos la sensibilidad y disposición con los más necesitados de
nuestra ayuda hasta en las cosas más elementales como en una boda (cfr. Jn 2,
3).
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