«Hola Padre Walter, buenos días, quisiera hacerle una
pregunta o mejor dos: ¿cómo sabe un hombre que ha pecado? Y en consecuencia,
¿qué es el pecado? Gracias por sus respuestas. Un saludo».
Buenos días María, un hombre o una mujer saben que
han pecado y cuándo han pecado porque su conciencia les acusa y les mueve a
confesar sus faltas ante Dios (mediante un sacerdote válidamente ordenado), en
efecto: “para el hombre que ha cometido
el mal, el veredicto de su conciencia constituye una garantía de conversión y
de esperanza” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1797).
De allí que se
dice popularmente de alguien “tener la conciencia limpia” y “tener la
conciencia sucia”, de acuerdo al estado en el que se encuentra el alma ante los
ojos de Dios. Pues, como un médico que descubre la herida antes de curarla,
Dios, mediante su palabra y su espíritu de amor, proyecta una luz viva sobre el
pecado y la conciencia personal de tal forma que podamos ser capaces, movidos
por su mismo Espíritu, de acercarnos al sacramento del perdón o Reconciliación.
Es lo que se llama conversión a Dios la cual reconoce como el salmista: “contra ti, contra ti sólo pequé, haciendo lo
que es malo a tus ojos…” (Salmo 50, 6).
El papa Francisco nos dijo al respecto: “Escuchar en silencio la voz de la conciencia
permite reconocer que nuestros pensamientos son distantes de los pensamientos
divinos, que nuestras palabras y nuestras acciones son a menudo mundanas,
guiadas por elecciones contrarias al Evangelio” (Francisco, Catequesis del
3 de enero de 2018).
Y en cuanto al pecado podemos repetir lo aprendido
en el catecismo: “el pecado es la falta voluntaria contra la ley de Dios” (contra
sus mandamientos que se reducen a uno: “el amor”). “A la tarde te juzgarán en el amor. Aprende a amar como Dios quiere ser
amado y deja tu condición” decía San Juan de la Cruz. Por eso, en concreto el
pecado es una “falta voluntaria”, es decir, una acción mala querida u omitida a
propósito: una palabra, un acto, una mala intención interior sin ni siquiera manifestarla
exteriormente; el ejemplo más explicito de esto último lo encontramos en el
evangelio de San Mateo 5, 28 cuando Jesús enseña que si hubiéramos visto a la
mujer de nuestros prójimo con deseos impuros sería suficiente para caer en
falta.
Los pecados –también es bueno recordar aquí la
distinción clásica que hace nuestro catecismo de la Iglesia acerca de ellos –
pueden tratarse de “pecados mortales”, los cuales cortan la relación de un
hombre con Dios, y los llamados “pecados
veniales” (los primeros también llamados graves y los segundos leves). Ambos
son motivos para confesarse, pero, los de la primera categoría son obligación
confesarlos siempre que se incurra en ellos.
Un saludo y bendiciones.
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