¡Qué promesa amigos! ¡Por Favor!
Queridos hermanos, buenos días. Hoy terminaremos de
escuchar el primer sermón que hizo Jesús acerca del pan de vida. Y ¿qué es eso del pan de vida? El mismísimo
cuerpo del Señor que comulgamos en cada Santa Misa como alimento que nos
fortalece y nos da vida, efectivamente.
La Santa Misa es, como sabemos, un banquete, sí; al
que estamos invitados a participar todos. Nadie va a un banquete invitado a
hacer dieta, no. Vamos a compartir todos del festín. Lo mismo debe suceder en
cada Misa: debemos acercarnos a comer esas preciosas comida y bebida que se nos
ha invitado.
Pero, atención, no es sólo eso. Pues, el núcleo
central de la Misa se focaliza en algo más que una cena entre amigos, y por
esto mismo, debemos preguntarnos ahora y siempre: ¿de qué comida y de qué
bebida se trata el alimento consumido allí? Jesús de Nazaret desarrolló la
respuesta en casi todo el extenso capitulo seis del cuarto Evangelio canónico.
Y allí dice cosas muy atrevidas, si se quiere, para su época, por ejemplo: “el pan que yo os daré es mi carne”, “el que coma mi carne y beba mi sangre tiene
vida eterna”, “…habita en mí y yo en
él”, finalmente, “el que coma de este
pan vivirá para siempre”. Entonces, además de banquete es también
sacrificio en el que comemos una víctima ofrecida, es decir, al mismo Jesús.
La conclusión de esa primera catequesis acerca de la
Eucaristía o pan eucarístico es obvia. Ese pan sería su mismo cuerpo y ese vino
del que habla sería su misma sangre bendita. La misma sangre que derramó en su
pasión y muerte en la cruz el viernes santo,
el mismo cuerpo ofrecido como propiciación al Padre Dios por nuestros
pecados.
Por tanto hermanos, busquemos comulgar el cuerpo y
la sangre benditos del Señor muerto y Resucitado que se hizo pan y vino consagrado
para que el que lo coma viva para siempre. ¡No lo desaprovechemos por favor!
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