«La vid nos nutre, nos hace crecer y sacar lo mejor de nosotros»





Amar… ¡qué sentimiento tan hermoso! Qué maravilloso es estar enamorados ¿verdad? Pero, San Juan nos advierte que no nos podemos quedar sólo en las palabras; eso no sirve para un cristiano.  Amar “de verdad y con obras” (1Jn 3, 18), dar frutos, allí está la clave cristiana y todo eso sólo es posible gracias al “Espíritu que nos dio” (1Jn 3, 24) el Señor.

El mismo Espíritu que impulsó a Pablo a convertirse y predicar el evangelio a todos sin distinción. El Espíritu que hoy nos impulsa a seguir a Cristo y permanecer unidos a él (Cfr. Jn 15, 4). Es el Espíritu Santo del que habla sin nombrarlo Jesús en la parábola de la vid y los sarmientos.

Una cosa es estar unidos uno al lado del otro, yuxtapuestos, pero, sin vida;  otra muy distinta es estar unidos a la vid que es Cristo por su Espíritu, llenos de vida y nutrientes que harán sacar de nosotros lo mejor que tenemos: los frutos. Sin el Espíritu las almas se apagan y mueren y la vida de la Iglesia se apaga en la mediocridad.

Por el poder del Espíritu Santo participamos en la Pasión de Cristo, muriendo al pecado, y en su Resurrección, naciendo a una vida nueva; somos miembros de su Cuerpo que es la Iglesia (cf 1 Co 12), sarmientos unidos a la Vid que es Él mismo (cf Jn 15, 1-4)” (Cat.Igl.Cat., nº1988).

Estar unidos a la vid, es decir, tener el Espíritu de Dios:

a) Nos nutre y alimenta

Jesús no sólo es nuestro tronco vital sino también nuestro alimento: “Yo soy el pan de vida” (Jn 6, 35). Y él mismo nos advirtió: “si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn 6, 53).

b) Nos hace crecer

Una vez alimentados iremos creciendo, pues él dice: “Yo conozco tus obras, tu amor, tu fe, tu servicio y tu perseverancia, y que tus obras recientes son mayores que las primeras” (Ap 2, 19).

c) Y busca sacar lo mejor de nosotros.

El ejemplo de esto lo tenemos en Pablo, quien de perseguidor pasó a ser un cristiano ferviente y un ferviente predicador… ¿Por qué? Algo nuevo había que contar. Pero, ¿quién suscitó semejante cambio en él? ¡Jesucristo Resucitado!  Pues él mismo “Les contó (a los apóstoles) cómo había visto al Señor en el camino” (Hch 9, 27).
Queridos amigos, intentemos vivir siendo sarmientos vitales de la vid que es Cristo, no nos cortemos solos porque todos sabemos cuál será nuestro fin si obramos así: “Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden” (Jn 15, 6). 

Somos todos parte del mismo Señor, pues, somos también su cuerpo glorioso vivificados por el Espíritu Santo, el alma de la Iglesia.


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