«El cielo»



Hola, buenos días, ¿vieron el cielo? Qué hermoso está ¿verdad? Pues bien, ¡hacía allá vamos! Es nuestra meta y nuestro fin. Nuestra casa definitiva: “Yo voy a prepararles un lugar” (Jn 14, 2).
Jesús subió al cielo para eso, pues, quiere que todos lleguen allí: tú y yo, nosotros, todos… (Cfr. 1Tm 2, 4). 

Él ya se fue y espera por cada uno; no podemos defraudarlo.

1. Con la ascensión de Nuestro Señor al cielo comienza una nueva etapa: la etapa de la Iglesia…“Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16, 15). La iglesia que formamos todos los que creemos en Él y queremos seguir sus mandatos. La orden de Jesús antes de subir al cielo fue clara e imperativa para todos los que lo aman. Por ello debo decirles que:

a) Hay que proclamar el Evangelio, siempre. En el lenguaje paulino diremos: “a tiempo y a destiempo” (2 Tm 4, 2) y junto con las demás directrices del apóstol dejarnos llevar por el Espíritu de Cristo para que sea él quien nos inspire las palabras oportunas para cada hermano.

b) Y, por supuesto, hay que hacerlo en todo lugar. No un ratito. No sólo en la parroquia, no sólo en la capilla, no sólo en el grupo de oración. En todo lugar. … “Hay de mí si no anuncio el Evangelio” (1 Cor 9, 16).

2. Pero, a veces, caemos en la tentación de amontonarnos todos en las parroquias, en los conventos, en los centros de culto. Y, por el contrario, necesitamos movernos para llevar a cabo el proyecto de Dios: “¿Qué hacéis ahí plantados mirando el cielo?” (Hch 1, 11). Como dijo, mi paisano, el papa Francisco: “Salir a las periferias existenciales”.

El evangelio nos cuenta de los Apóstoles que: “se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban” (Mc16, 20).

3. Y qué importante será en toda esta nueva etapa el don del Espíritu Santo del que habla el mismo Señor (cfr. Hch 1, 5) y San Pablo en la carta a los efesios (cfr. Ef 1, 17).
Testigos (de Cristo)… hasta el confín de la tierra” (Hch 1, 8). Aquí tenemos, muy cerca, el finisterre. Hasta aquí llegó, según cuenta la tradición, el apóstol Santiago a quien veneramos también muy cerca de donde estamos. Pues a imitarlo porque sigue habiendo gente que no conoce el mensaje de Salvación.

Y para concluir el día de hoy, amigos míos, les dejo dos preguntas que pueden ayudarnos –a modo de examen de conciencia – a entender nuestro anuncio y a perfeccionarlo:

1º ¿Cuáles son los signos que acompañan hoy en día nuestra predicación? (cfr. Mc 16, 17-18).

2º ¿Sentimos la presencia de Cristo en nuestra vida y en nuestras comunidades? (cfr. Mt 28, 20).


Que la Virgen nuestra Madre, la llena de gracia, nos de inteligencia para entender que es el tiempo de la iglesia que se mueve al ritmo del Espíritu Santo; que no es momento para quedarnos estáticos sino que movidos por ese mismo Espíritu vayamos a presentar el amor de Dios a todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

¡Dios nos bendiga y siga irradiando su luz en este hermoso cielo que vemos!

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