“Mira, los
señores y los potentados están en el origen de cada usura, de cada apropiación
indebida y cada robo; ellos toman de todos lados: de los peces del agua, de las
aves del aire, de los árboles de la tierra (cfr. Is 5, 8).
Y luego hacen divulgar entre los pobres
el mandamiento de Dios: “No robar”. Pero esto no vale para ellos. Reducen a
miseria a todos los hombres, despellejan y despluman a campesinos y artesanos,
y a cada ser vivo (cfr. Miq 3, 2-4).
Y para ellos, la más pequeña falta
justifica el ahorcamiento” (Thomas Müntzer, Confutazione ben fondata, 1524).
Por afirmaciones semejantes al pobre cura
protestante Thomas Müntzer lo decapitaron el 27 de mayo de 1525. ¿Y saben quien
dio el consejo de que debía morir? Un amigo suyo a quien le hacía sombra: ¡Martín
Lutero! “Con semejante amigo para que
quiero enemigos…”, quien llamaba a Thomas en algunas cartas dirigidas a los
príncipes de Sajonia: “Satán maldito de
Allstedt”. Pues, Lutero andaba
enganchado políticamente con los señores de su época: la coalición de príncipes
alemanes, quienes lo apoyaban en su protesta contra Roma, la pecadora.
Si bien los bienes del clero regular católico (bastante escandalosos en la
época) fueron confiscados, y las antiguas servidumbres abolidas, los príncipes,
Lutero y la reforma protestante impusieron al campesinado un nuevo avasallamiento,
aún más cruel. Una nueva religión del trabajo, sí, pero también de la
explotación.
Una curiosidad, nada más. Cualquier analogía con el
presente es pura casualidad.
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