Muchas veces
escuché hablar de los celos en una pareja. Es más, durante mucho tiempo y
comúnmente he creído que los celos se reducían sólo a este ámbito íntimo
conyugal, pero, a medida que fui creciendo en la tan compleja sociedad humana me
fui dando cuenta que dicha creencia no es del todo dogmática. Los celos existen
en todos lados, en todas las edades y se manifiestan de diferentes maneras. La
mamá, por ejemplo, se pone celosa de su cuñada porque su pequeño prefiere
quedarse más tiempo en la casa de la tía, ya que ésta cada vez que el sobrino viene
a visitarla le convida algo rico que el pequeño no recibe habitualmente en su
casa por parte de su mamá. La mamá se siente confundida, no sabe por qué su
hijito está más cómodo y feliz con la tía; Ante esta situación la pobre mamá se
siente menos ante su hijo, lo cual puede desatar un torbellino de rencores y
reproches en la familia.
Los clásicos nos enseñan que los celos son producidos en gran manera por
el egoísmo y no se equivocan: “esto es mío y de nadie más o el único que
debe ser tenido en cuenta soy yo porque soy el mejor o el más grande”. Los
celosos y celosas quieren ser únicos en la posesión de un bien que también
podría ser muy bueno que posean otros, pero, están negados a compartir.
De todas formas, si
hay algo que la experiencia me ha enseñado a lo largo de mis años es que “los
celos” en lo más profundo de nuestras conciencias provienen de la inseguridad y
del resentimiento. Por lo tanto, la cura de esta emoción tormentosa serán “la
autoestima” y “la purificación de la memoria y el corazón” a través del perdón.
Cuando la autoestima falla es muy común ver, por ejemplo, a una persona
que goza de poder o de cierta autoridad delegada teniendo celos de otra persona
inferior en su escalafón. A primera vista, una situación así es inexplicable porque
uno se pregunta: ¿Cómo pudo suceder esto? ¿Cómo puede ser que esta persona
tenga celos de aquella otra persona si es inferior a él o no goza del poder
real que tiene esta? Las razones subterráneas pueden enumerarse en cada caso en
particular de manera extrasideral, pero, el centro del problema está –a mi
humilde entender – en la poca valoración que se tiene de uno mismo y los miedos
que ello provoca. En este caso: perder mi status, mi autoridad, mi simpatía por
causa de este inferior que está detrás de mí pero que me está haciendo sombra
con su simpatía, con su trabajo, con sus dones. Y aquí entra en juego otra
pasión, aún más destructiva que los celos: la envidia. Ojo, la envidia y los
celos son dos emociones parecidas, pero,
no son la misma cosa. Según me enseñó Santo Tomás de Aquino los celos son una
especie de envidia.
Entonces, ¿qué
diferencia podríamos señalar entre la envidia y los celos?
La diferencia entre
ambas pasiones es sutil, pero, existe realmente. Según la fundadora de la
escuela inglesa de psicoanálisis Melanie Klein: “La envidia es de a dos y es mortífera: amo en ti algo más que a ti, tu
belleza, tu carisma, tu prestigio, tu posición social, tu dinero, algo que tú
tienes y yo no, entonces te arruino, aun si arruinándote me arruino a mí mismo.
Los celos comprenden en cambio una relación esencial con un tercero, y en eso
revelan otra característica del deseo humano. La envidia fragmenta, los celos
separan”.
Es decir que el celoso tiene miedo de perder el bien propio, mientras
que el envidioso quiere destruir el bien ajeno; de todas formas, no olvidemos
que al estar unidas ambas pasiones como el género a la especie, los celos con
la envidia se confunden más de una vez o se potencian el uno al otro también.
En fin, como ultima aclaración al paso podemos señalar que los celos pueden ser
una pasión noble (por ejemplo, cuando el esposo o la esposa defienden la exclusividad
del vínculo matrimonial) o innoble según el objeto, mientras que la envidia es
siempre ruin y arrastra tras de sí las peores pasiones.
Y en cuanto a la purificación de la memoria: ¿qué centra la memoria aquí
con los celos?
La purificación de la memoria de la que nos habló tantas veces en la
época del jubileo del segundo milenio el recordado Juan Pablo II no es otra
cosa que el arte de aprender a pedir perdón y saber perdonar al otro. En este
caso concreto se trata de ser perdonado y perdonar a un celoso. Así como Dios
me perdona; Y me perdona siempre y se olvida de mis miserias porque cree en mí
a pesar mío; así también yo debería dejar atrás mis propios rencores, olvidarme
de ellos, pues, es la única salida posible de la trampa de los celos que tanto
mal pueden hacerme. En el fondo, esto es –no le demos más vueltas – un misterio
de amor.
La purificación de la que estoy intentando describir la puedo graficar
con la propuesta del gran poeta italiano Dante Alighieri en su obra maestra:
“La divina comedia” que bien rescató hace años atrás mi maestro de moral. En
efecto, en la citada obra tripartita, el alma para poder ingresar al cielo
debía terminar su andar por el purgatorio con un baño en el río Lete, es decir,
uno de los míticos ríos del Hades que era conocido como el “río del olvido”, cuyas aguas las
almas bebían para olvidar los pesares terrestres antes de entrar en el Elíseo. Esto
representa, en la simbología del Dante, la purificación radical de la memoria, como
condición para que el hombre alcance su total remedio.
Pues bien, vos y también yo, te puedo asegurar, que al bañarnos y beber
de la fuentes de la salvación experimentaremos un inmenso amor que nos hará
olvidar las pavadas sufridas en el pasado por causa de algún celoso o celosa.
Walter J. Bejarano
31-julio-2017
Uy padre envidioses abundan aqui en cañuelas y en la ferrere y se han mostrado sin verguenza y hasta investidura tienen! Poco falta para que se hangan llamar santos!!?!? Como san berni por ejemplo.
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