Una vez, en un pueblo de la provincia de Condesuyos me
contaron que un sacerdote se había portado mal; y en consecuencia, el consejo
del pueblo dictaminó que el sacerdote debía ser expulsado de allí como castigo
ejemplar: lo maniataron a un burro, lo montaron al revés, es decir, mirando
hacia el camino que dejaba y lo despidieron por la carretera en señal de
repudio. La ley por esos lugares era ¡muy dura!
De todos modos, yo me pregunté por aquel entonces en dónde
tendría sus raíces esta ley tan intransigente. La respuesta no tardó en llegar.
Un paisano del lugar entrado en años me dijo: “mire padrecito, desde muy antiguamente, antes de que llegasen los
españoles, nuestro pueblo tiene una triple ley que debe cumplir cada hombre y
mujer que vive por aquí. Esta ley la aprendimos de generación en generación. Y
dicen que viene de los Incas. Son tres mandamientos: primero Ama Llulla, segundo Ama Súa y tercero Ama Quella
Y ¿qué significa eso? –le pregunté.
-Traducido del quechua
en lengua castellana significa: “no seas mentiroso, no seas ladrón, no seas haragán”.
Luego, ya estando en la ciudad, me zambullí en la biblioteca
del seminario y encontré el libro “Historia del Perú” Vol. 1 del escritor peruano Antonio Guevara que decía:
“Pocos pueblos de la tierra han logrado
el considerable adelanto moral que alcanzaron los hombres del Antiguo Perú. En
su sociedad estaban ausentes: el robo, los crímenes, la mentira, la ociosidad,
la pobreza y la mendicidad; se distinguió por el espíritu laborioso de sus
componentes, el respeto mutuo y el bienestar común. (…) El Código Moral de los Incas estuvo formado
por dichas normas, especie de preceptos o mandatos divinos, cuyo cumplimiento
era obligatorio para todos los habitantes del Imperio. Entre tales preceptos morales, figuran como principales los
siguientes: 1.- Ama Llulla (No seas mentiroso) 2.- Ama Súa (No seas ladrón) y
3.- Ama Quella (No seas haragán)” (Págs. 172-173).
Recuerdo que al leer este libro me quedé sumamente
sorprendido razonando y evocando una y otra vez con que naturalidad me había
enseñado aquel buen paisano de la sierra el triple mandamiento Inca que estaba
grabado a fuego en su vida y en su corazón. Y me volví a preguntar: ¿Este hecho
no será una razón más para afirmar con fuerza la existencia de “la ley natural” inscrita en nuestros
corazones desde el principio de la creación? Los griegos, Platón y Aristóteles,
y el romanísimo Cicerón aplaudían desde el más allá este descubrimiento
personal y pragmático, un poco tardío en mí, pero, descubrimiento al fin.
¡Eureka!
¡Qué enseñanza tan hermosa! ¡Cuánto por
aprender y por hacer en nuestra patria! No en abstracto, sino en concreto.
Nosotros –yo primero – debemos aprender mirando con atención a nuestros
hermanos mayores de los pueblos originarios que desde su cultura milenaria nos
enseñan aun hoy esta “ley natural”
que ellos no dudaron en seguir porque la habían descubierto en lo más profundo
de su propio corazón. Semilla sembrada por “el
que hizo todas las cosas”; semilla que les hizo trazar su propio destino y
trasmitirse uno a uno y de tiempo en tiempo: “no seas
mentiroso”, “no seas ladrón”, “no seas haragán”.
Por supuesto que ni a los llamados
indigenistas, ni a los legisladores con prensa diaria de nuestro tiempo les
escuchamos hablar de “ley natural” en
la República Argentina. La ley natural está tan olvidada y pareciera que es tan
obsoleto hablar de ella que nadie se atreve a invocarla. Nadie, ni siquiera los
grandes maestros de la ley. Pero, yo pienso que deberíamos prestarle un poquito
más de atención para intentar arreglar con ella tantas cosas que hoy están tan mal
en nuestra pobre patria llamada argentina; y que pueden llegar a estar peor si
no buscamos ser realmente sinceros con la semillita que Dios nos puso allí, en
lo más íntimo de nuestras emociones.
Saludos y buena semana a todos los hombres y
mujeres: veraces, honestos y laboriosos de nuestro suelo.
Walter J. Bejarano
23-julio-2017
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